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domingo, 28 de marzo de 2010
Estrategias de los Illuminati , Humanos Zombies
Lyndon Hermyle LaRouche,La Verdad de la Influenza y los planes Eugenesia sobre Reduccion de la Poblaciòn por la Nueva Orden Mundial y Los Bildenberg
Lyndon Hermyle LaRouche, Jr. (nació 8 de septiembre de 1922 en Rochester, New Hampshire ) es un economista, activista político , y fundador de muchas organizaciones conocidas colectivamente como el Movimiento LaRouche. Ha sido un candidato perenne para Presidente de los Estados Unidos, habiendo participado en 8 elecciones desde 1976, una vez por el Partido Laborista de los Estados Unidos y siete veces como candidato para la nominación por el Demócrata. Fundador y financiador de la revista Executive Intelligence Review, ha escrito sobre asuntos económicos, científicos, y políticos, así como de historia, filosofía, y sicoanálisis, en una serie de artículos y análisis económicos, políticos, históricos-geopolíticos, filosóficos, científicos y sociales desde la decada de 1950. Presenta un análisis global actualizado semanalmente a través de conferencias abiertas, transmitidas por internet en vivo y en directo, con intervenciones en vivo de políticos norteamericanos activos a través de preguntas sobre el tema del momento.
Ecumenismo y Falsos Profetas
EL ECUMENISMO: DEFINICIÓN, SIGNIFICADO, ALCANCE
1. El término “ecumene” (ecuménico, ecumenismo) proviene del griego “oikoumene”. Se trata del participio pasivo femenino del verbo “oikein” que significa “habitar”. Ecumene, en traducción literal, significa “habitada”, se sobreentiende que se trata de la “tierra”. Por lo tanto, “oikoumene” designa la tierra habitada. En la raíz está la palabra “oikos” (casa). “Ecumene” tiene el mismo origen etimológico de “ecología”, “economía”, “ecosistema” y otras. Dice respeto a nuestra “casa”, que es el mundo, en el cual nosotros/as habitamos.
2. El sentido original de “ecumene” es, pues, de orden geográfico. Se refiere al espacio de vida del ser humano. Es así que aparece ya en el Antiguo Testamento griego (p.e., Sal 24.1) y, sobre todo, en el Nuevo Testamento (cf. Lc 4.5; Hch 11.28; Ro 10.18; etc.). Pero desde muy temprano se asocian otros significados al antes indicado. Bajo el aspecto político, ecumene designa el imperio romano (Lc 2.1); en la perspectiva cultural el mundo unido por el helenismo, siendo que para la primera cristiandad la ecumene pasa a ser vista como el campo de su misión (Mt 24.14). Pero muy pronto, el adjetivo “ecuménico” sería aplicado a la misma Iglesia, difundida por toda la tierra. Se vuelve sinónimo de “Iglesia universal”. El término adquiere significado eclesiológico. Pasa a caracterizar una determinada mentalidad, a saber, la de la conciencia de la unidad en Cristo y, por esto, la conciencia de apertura y de amplitud. Ecumene sobrepasa las fronteras de una institución. Tiene en vista el cuerpo de Cristo en su integridad, en los horizontes de toda la “tierra habitada”. Posee proximidad a lo que hoy se llama “global”.
3. En los primeros siglos la Iglesia “global”, “universal”, era una realidad. Sus Concilios eran de hecho “ecuménicos”, y como tales son reconocidos. Son representativos de toda la cristiandad y sus resoluciones tienen validez para las Iglesias en todo el mundo. Transcurridos dos milenios, sin embargo, y luego de tantas divisiones, la ecumene necesita ser restablecida. Es lo que dice el término “ecumenismo”. Identifica una tarea “moderna”. Aunque no tenga equivalente bíblico exacto, es de indiscutible legitimidad teológica. Expresa el esfuerzo por la recuperación de la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo. El ecumenismo pretende superar divisiones, sanar heridas y unir al pueblo cristiano en el cumplimiento común de su misión. Hoy prevalecen el significado teológico y eclesiológico del término.
4. Sin embargo, el “ecumenismo” quiere más. Anhela la unidad no solo de la Iglesia; quiere también la unidad de la humanidad, respectivamente, y de la sociedad. La unidad de los/las cristianos/as es prioritaria. Pero no es un fin en sí. Dios quiere la unidad de toda su creación; sin esta, la ecumene no está completa. En un mundo lacerado por conflictos sociales, culturales, militares, entre otros, la comunidad cristiana no logrará vivir en paz. Aún así, fuertes grupos del protestantismo y, sobretodo, de la Iglesia Católica Romana siguen restringiendo el “ecumenismo” a la dimensión eclesiológica: su objetivo consistiría exclusivamente en la recuperación de la unidad cristiana. Se trata de una cuestión de conceptualización, debiéndose convenir en un uso común del término. Existe consenso acerca de que la búsqueda de la unidad de la Iglesia debe constar en la cima de la agenda cristiana, pero se pregunta si las dimensiones de la ecumene no extrapolan la “comunión de los santos”. Aunque el término haya adquirido connotación teológica específica, vale recordar que designaba originalmente no el conjunto de las Iglesias sino el orbe terrestre habitado.
5. El ecumenismo quiere revertir las divisiones. El fraccionamiento es un prejuicio; infelizmente las divisiones comenzaron temprano, y existen vestigios ya de ellas en el Nuevo Testamento (cf. 1 Co 1.10s). Hubo grupos sectarios, amenazas de herejías en la Iglesia antigua, como, por ejemplo, las herejías gnóstica, pelagiana y otras. En 1054 d. C. se separaron la Iglesia de Occidente y la de Oriente. En el siglo XVI sucede la Reforma Protestante, luego de la cual surgen otras divisiones más (luteranos, anglicanos, calvinistas, etc.). Cuatrocientos años después, el proceso de pluralización de la Iglesia de Jesucristo de ninguna manera está concluido. La cristiandad se presenta dividida necesitando, pues, del esfuerzo ecuménico. La diversidad como tal no es ningún mal; lo que causa daños a la Iglesia o a su misión es el conflicto, la competencia, la mutua condenación y exclusión.
6. Los credos básicos de la fe cristiana, por ejemplo el Credo Apostólico y el Credo Niceno-Constantinopolitano, afirman que la Iglesia de Jesucristo esencialmente es una. Está fundada en el evangelio, el cual es el mismo ayer y hoy y en todos los lugares. La unidad es parte de su esencia. Jesús no quiso diversas Iglesias, rivales entre sí; quiso sólo una. Aún así, existen muchas. En sí, esto tampoco sería un problema. El apóstol Pablo, ya en su tiempo, escribe “a las Iglesias de Galacia” (Gl 1.2; cf. 2 Co 11.28). Cada una de las comunidades locales es representación de toda la Iglesia. Ellas pueden tener identidades propias, específicas, decurrentes de la pluriculturalidad de sus miembros, de particularidades contextuales o de evoluciones históricas. Son numerosos los factores diversificantes de la Iglesia de Jesucristo. Ella siempre se presentará multiforme, desdoblándose en Iglesias. De ahí resulta que el ecumenismo no debe querer uniformizar; debe, más bien, reconciliar, conjugar, crear comunión eclesial. La diversidad es legítima, mientras sea capaz de la mutua complementación.
7. Por lo tanto, es fundamental reconocer que la unidad de la Iglesia es anterior a lo que la divide. Antes de ser católicos/as, luteranos/as, metodistas, pentecostales, etc., somos cristianos. La fe, el bautismo, la invocación del nombre de Jesucristo son vínculos que establecen la comunión de los santos. Esto significa lo siguiente: ¡El ecumenismo no tiene por meta producir la unidad cristiana! Esta es obra del Espíritu Santo que llama y crea la fe. El objetivo del ecumenismo es mucho más modesto: ¡Pretende hacer visible la unidad que ya existe “en Cristo”! Se trata de hacer concreta la comunión de los discípulos de Jesús, de darle forma, estructura y expresión. Pero aún en esa perspectiva la tarea ecuménica no es nada fácil.
8. El esfuerzo ecuménico es promovido por diversos grupos y sucede en muchos niveles. Existe el ecumenismo intereclesiástico, el ecumenismo de los movimientos, el ecumenismo de base (y de “cúpula”); existe un ecumenismo práctico y otro doctrinal, un ecumenismo en liturgia y en oración, un ecumenismo voluntario y otro organizado, ecumenismo a nivel local, regional, nacional e internacional. No es recomendable jugar un ecumenismo contra el otro o monopolizar el ecumenismo solamente por una de sus formas. El ecumenismo es un fenómeno multifacético, y varios son sus métodos, sus caminos y sus sujetos.
9. A pesar de buscar la unidad y de promover la buena causa, el ecumenismo encuentra múltiplas resistencias. Provoca temores. Es sentido como amenaza a la propia identidad. Sufre bajo la sospecha de promover el sincretismo o aún la relativización de la verdad. El antiecumenismo se encuentra predominantemente en grupos “conservadores”, exclusivistas. No es raro que sea resultado de la desinformación. El buen ecumenismo jamás renuncia a la verdad. No nivela las diferencias ni las ignora. Presupone, más bien, una actitud de apertura y de disposición para el diálogo. Pretende solucionar conflictos mediante el mutuo auscultamiento y el recurso común al evangelio. No deja de lado la mutua prestación de cuentas. Todas las Iglesias permanecen responsables frente al evangelio. La comunión es así: no aniquila las identidades, sino que más bien las compatibiliza y posibilita la vida comunitaria.
10. Para el buen éxito de esta causa es importante aclarar la relación entre ecumenismo y misión. La Iglesia de Cristo es, a la vez, misionera y ecuménica. Allí parece residir un conflicto: quien quiere la amistad eclesial, debe desistir de hacer misión, y quien busca atraer nuevos miembros no puede ser ecuménico. Cuidado, no hay como endosar tal lógica. La misión se perjudica cuando es practicada como una feroz competencia entre las Iglesias y se manifiesta en condenación mutua. La buena misión no es la “captura” de miembros; repudia al “proselitismo”. Es invitación, más bien, para abrazar la fe e integrarse a la comunidad. Se dirigirá, de preferencia, a la gente sin Iglesia, a la que está en búsqueda de una comunidad de fe. El ecumenismo trata de superar la rivalidad y de posibilitar la misión común. Las divergencias no anulan el ecumenismo, más bien lo exigen.
11. Jesucristo quiere la comunión de sus discípulos. Lo mismo vale para el Espíritu Santo: Él congrega a los creyentes en comunidad y crea la comunión (2 Co 13.13). He aquí por qué la búsqueda de la unidad de la Iglesia no es algo opcional; es un imperativo inalienable y un compromiso irrenunciable. La Iglesia cristiana es por excelencia ecuménica o no es Iglesia. El rechazo del ecumenismo amenaza transformar a la Iglesia en “secta”. La cristiandad pierde credibilidad a través de las peleas y las discordias internas. Las guerras religiosas, y no por último aquellas que se dan entre los mismos cristianos, acumularon culpa en las Iglesias ante Dios y ante la humanidad. En un sentido inclusivo, el ecumenismo persigue el objetivo de la paz en la tierra.
12. Conviene distinguir el “ecumenismo” como dimensión de la teología y como disciplina en el curriculum de estudios:
a. Toda teología, en verdad, es ecuménica. Se relaciona con el pensar teológico del pasado, de la historia de la Iglesia, así como con el pensar teológico en las Iglesias hermanas contemporáneas. El conocimiento de la teología de Lutero o de Calvino, por ejemplo, requiere el estudio sobre el telón de fondo de la teología escolástica, de la Edad Media y de la Iglesia antigua. Hoy tampoco podemos ignorar la Historia de la Iglesia, la teología en otros continentes, en otras Iglesias y en otras entidades. Esto vale tanto para la exégesis, la dogmática, la teología práctica, como para todo el quehacer teológico. Sin los horizontes ecuménicos, cualquier teología cristiana será pobre.
b. Y, aún más, es de buen sentido tratar el ecumenismo como una disciplina especial. El ecumenismo tiene una historia que es necesario conocer. Es una tarea a ser reflexionada. Quiere ser divulgado y ensayado. Justo en una época en la cual la disputa religiosa reaparece vigorosamente, es importante recordar la unidad que Dios quiere. En tiempos de globalización estamos obligados a convivir con lo distinto y no podemos mantenerlo a la distancia. Por tanto, debemos encontrar formas de convivencia pacífica. Es lo que el ecumenismo se propone.
13. Hubo épocas de verdadera euforia ecuménica. Se creía que la unidad de las Iglesias estaría próxima. Fue un engaño. El camino ecuménico se reveló más pedregoso de lo que se había previsto. Pero las dificultades no justifican la resignación. La tarea se presenta hoy con la misma urgencia de ayer. Debemos, más bien, despedirnos de ilusiones. Por lo que todo indica, la cristiandad tendrá un rostro multidenominacional también en el futuro. Así mismo será posible vivir la “comunión de los santos”. El empeño por esta meta tiene la promesa de bendición. Algo de esta bendición es muy palpable: en los últimos decenios, el ecumenismo ha logrado mejoras sustanciales en la relación de los/las cristianos/as.
14. Uno de los obstáculos sigue siendo la notoria dificultad en la definición de los objetivos. Hace falta una “utopía” ecuménica, respectivamente una visión de lo que sea la unidad. ¿Qué deberá pretender el ecumenismo? ¿Deberá promover la fusión de todas las Iglesias en una sola institución? ¿O será suficiente una “Federación de Iglesias”? ¿Deberá ser privilegiada una “ecumene de la justicia”, es decir, un ecumenismo práctico con base en un proyecto de orden social? ¿Y las religiones no cristianas, por ventura, permanecerán fuera de la “ecumene”? Las preguntas serán discutidas oportunamente. Ellas denuncian que los términos “ecumene” y “ecumenismo” necesitan explicación. Queremos la unidad y la paz. Pero, ¿cómo alcanzar el objetivo?
2. El sentido original de “ecumene” es, pues, de orden geográfico. Se refiere al espacio de vida del ser humano. Es así que aparece ya en el Antiguo Testamento griego (p.e., Sal 24.1) y, sobre todo, en el Nuevo Testamento (cf. Lc 4.5; Hch 11.28; Ro 10.18; etc.). Pero desde muy temprano se asocian otros significados al antes indicado. Bajo el aspecto político, ecumene designa el imperio romano (Lc 2.1); en la perspectiva cultural el mundo unido por el helenismo, siendo que para la primera cristiandad la ecumene pasa a ser vista como el campo de su misión (Mt 24.14). Pero muy pronto, el adjetivo “ecuménico” sería aplicado a la misma Iglesia, difundida por toda la tierra. Se vuelve sinónimo de “Iglesia universal”. El término adquiere significado eclesiológico. Pasa a caracterizar una determinada mentalidad, a saber, la de la conciencia de la unidad en Cristo y, por esto, la conciencia de apertura y de amplitud. Ecumene sobrepasa las fronteras de una institución. Tiene en vista el cuerpo de Cristo en su integridad, en los horizontes de toda la “tierra habitada”. Posee proximidad a lo que hoy se llama “global”.
3. En los primeros siglos la Iglesia “global”, “universal”, era una realidad. Sus Concilios eran de hecho “ecuménicos”, y como tales son reconocidos. Son representativos de toda la cristiandad y sus resoluciones tienen validez para las Iglesias en todo el mundo. Transcurridos dos milenios, sin embargo, y luego de tantas divisiones, la ecumene necesita ser restablecida. Es lo que dice el término “ecumenismo”. Identifica una tarea “moderna”. Aunque no tenga equivalente bíblico exacto, es de indiscutible legitimidad teológica. Expresa el esfuerzo por la recuperación de la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo. El ecumenismo pretende superar divisiones, sanar heridas y unir al pueblo cristiano en el cumplimiento común de su misión. Hoy prevalecen el significado teológico y eclesiológico del término.
4. Sin embargo, el “ecumenismo” quiere más. Anhela la unidad no solo de la Iglesia; quiere también la unidad de la humanidad, respectivamente, y de la sociedad. La unidad de los/las cristianos/as es prioritaria. Pero no es un fin en sí. Dios quiere la unidad de toda su creación; sin esta, la ecumene no está completa. En un mundo lacerado por conflictos sociales, culturales, militares, entre otros, la comunidad cristiana no logrará vivir en paz. Aún así, fuertes grupos del protestantismo y, sobretodo, de la Iglesia Católica Romana siguen restringiendo el “ecumenismo” a la dimensión eclesiológica: su objetivo consistiría exclusivamente en la recuperación de la unidad cristiana. Se trata de una cuestión de conceptualización, debiéndose convenir en un uso común del término. Existe consenso acerca de que la búsqueda de la unidad de la Iglesia debe constar en la cima de la agenda cristiana, pero se pregunta si las dimensiones de la ecumene no extrapolan la “comunión de los santos”. Aunque el término haya adquirido connotación teológica específica, vale recordar que designaba originalmente no el conjunto de las Iglesias sino el orbe terrestre habitado.
5. El ecumenismo quiere revertir las divisiones. El fraccionamiento es un prejuicio; infelizmente las divisiones comenzaron temprano, y existen vestigios ya de ellas en el Nuevo Testamento (cf. 1 Co 1.10s). Hubo grupos sectarios, amenazas de herejías en la Iglesia antigua, como, por ejemplo, las herejías gnóstica, pelagiana y otras. En 1054 d. C. se separaron la Iglesia de Occidente y la de Oriente. En el siglo XVI sucede la Reforma Protestante, luego de la cual surgen otras divisiones más (luteranos, anglicanos, calvinistas, etc.). Cuatrocientos años después, el proceso de pluralización de la Iglesia de Jesucristo de ninguna manera está concluido. La cristiandad se presenta dividida necesitando, pues, del esfuerzo ecuménico. La diversidad como tal no es ningún mal; lo que causa daños a la Iglesia o a su misión es el conflicto, la competencia, la mutua condenación y exclusión.
6. Los credos básicos de la fe cristiana, por ejemplo el Credo Apostólico y el Credo Niceno-Constantinopolitano, afirman que la Iglesia de Jesucristo esencialmente es una. Está fundada en el evangelio, el cual es el mismo ayer y hoy y en todos los lugares. La unidad es parte de su esencia. Jesús no quiso diversas Iglesias, rivales entre sí; quiso sólo una. Aún así, existen muchas. En sí, esto tampoco sería un problema. El apóstol Pablo, ya en su tiempo, escribe “a las Iglesias de Galacia” (Gl 1.2; cf. 2 Co 11.28). Cada una de las comunidades locales es representación de toda la Iglesia. Ellas pueden tener identidades propias, específicas, decurrentes de la pluriculturalidad de sus miembros, de particularidades contextuales o de evoluciones históricas. Son numerosos los factores diversificantes de la Iglesia de Jesucristo. Ella siempre se presentará multiforme, desdoblándose en Iglesias. De ahí resulta que el ecumenismo no debe querer uniformizar; debe, más bien, reconciliar, conjugar, crear comunión eclesial. La diversidad es legítima, mientras sea capaz de la mutua complementación.
7. Por lo tanto, es fundamental reconocer que la unidad de la Iglesia es anterior a lo que la divide. Antes de ser católicos/as, luteranos/as, metodistas, pentecostales, etc., somos cristianos. La fe, el bautismo, la invocación del nombre de Jesucristo son vínculos que establecen la comunión de los santos. Esto significa lo siguiente: ¡El ecumenismo no tiene por meta producir la unidad cristiana! Esta es obra del Espíritu Santo que llama y crea la fe. El objetivo del ecumenismo es mucho más modesto: ¡Pretende hacer visible la unidad que ya existe “en Cristo”! Se trata de hacer concreta la comunión de los discípulos de Jesús, de darle forma, estructura y expresión. Pero aún en esa perspectiva la tarea ecuménica no es nada fácil.
8. El esfuerzo ecuménico es promovido por diversos grupos y sucede en muchos niveles. Existe el ecumenismo intereclesiástico, el ecumenismo de los movimientos, el ecumenismo de base (y de “cúpula”); existe un ecumenismo práctico y otro doctrinal, un ecumenismo en liturgia y en oración, un ecumenismo voluntario y otro organizado, ecumenismo a nivel local, regional, nacional e internacional. No es recomendable jugar un ecumenismo contra el otro o monopolizar el ecumenismo solamente por una de sus formas. El ecumenismo es un fenómeno multifacético, y varios son sus métodos, sus caminos y sus sujetos.
9. A pesar de buscar la unidad y de promover la buena causa, el ecumenismo encuentra múltiplas resistencias. Provoca temores. Es sentido como amenaza a la propia identidad. Sufre bajo la sospecha de promover el sincretismo o aún la relativización de la verdad. El antiecumenismo se encuentra predominantemente en grupos “conservadores”, exclusivistas. No es raro que sea resultado de la desinformación. El buen ecumenismo jamás renuncia a la verdad. No nivela las diferencias ni las ignora. Presupone, más bien, una actitud de apertura y de disposición para el diálogo. Pretende solucionar conflictos mediante el mutuo auscultamiento y el recurso común al evangelio. No deja de lado la mutua prestación de cuentas. Todas las Iglesias permanecen responsables frente al evangelio. La comunión es así: no aniquila las identidades, sino que más bien las compatibiliza y posibilita la vida comunitaria.
10. Para el buen éxito de esta causa es importante aclarar la relación entre ecumenismo y misión. La Iglesia de Cristo es, a la vez, misionera y ecuménica. Allí parece residir un conflicto: quien quiere la amistad eclesial, debe desistir de hacer misión, y quien busca atraer nuevos miembros no puede ser ecuménico. Cuidado, no hay como endosar tal lógica. La misión se perjudica cuando es practicada como una feroz competencia entre las Iglesias y se manifiesta en condenación mutua. La buena misión no es la “captura” de miembros; repudia al “proselitismo”. Es invitación, más bien, para abrazar la fe e integrarse a la comunidad. Se dirigirá, de preferencia, a la gente sin Iglesia, a la que está en búsqueda de una comunidad de fe. El ecumenismo trata de superar la rivalidad y de posibilitar la misión común. Las divergencias no anulan el ecumenismo, más bien lo exigen.
11. Jesucristo quiere la comunión de sus discípulos. Lo mismo vale para el Espíritu Santo: Él congrega a los creyentes en comunidad y crea la comunión (2 Co 13.13). He aquí por qué la búsqueda de la unidad de la Iglesia no es algo opcional; es un imperativo inalienable y un compromiso irrenunciable. La Iglesia cristiana es por excelencia ecuménica o no es Iglesia. El rechazo del ecumenismo amenaza transformar a la Iglesia en “secta”. La cristiandad pierde credibilidad a través de las peleas y las discordias internas. Las guerras religiosas, y no por último aquellas que se dan entre los mismos cristianos, acumularon culpa en las Iglesias ante Dios y ante la humanidad. En un sentido inclusivo, el ecumenismo persigue el objetivo de la paz en la tierra.
12. Conviene distinguir el “ecumenismo” como dimensión de la teología y como disciplina en el curriculum de estudios:
a. Toda teología, en verdad, es ecuménica. Se relaciona con el pensar teológico del pasado, de la historia de la Iglesia, así como con el pensar teológico en las Iglesias hermanas contemporáneas. El conocimiento de la teología de Lutero o de Calvino, por ejemplo, requiere el estudio sobre el telón de fondo de la teología escolástica, de la Edad Media y de la Iglesia antigua. Hoy tampoco podemos ignorar la Historia de la Iglesia, la teología en otros continentes, en otras Iglesias y en otras entidades. Esto vale tanto para la exégesis, la dogmática, la teología práctica, como para todo el quehacer teológico. Sin los horizontes ecuménicos, cualquier teología cristiana será pobre.
b. Y, aún más, es de buen sentido tratar el ecumenismo como una disciplina especial. El ecumenismo tiene una historia que es necesario conocer. Es una tarea a ser reflexionada. Quiere ser divulgado y ensayado. Justo en una época en la cual la disputa religiosa reaparece vigorosamente, es importante recordar la unidad que Dios quiere. En tiempos de globalización estamos obligados a convivir con lo distinto y no podemos mantenerlo a la distancia. Por tanto, debemos encontrar formas de convivencia pacífica. Es lo que el ecumenismo se propone.
13. Hubo épocas de verdadera euforia ecuménica. Se creía que la unidad de las Iglesias estaría próxima. Fue un engaño. El camino ecuménico se reveló más pedregoso de lo que se había previsto. Pero las dificultades no justifican la resignación. La tarea se presenta hoy con la misma urgencia de ayer. Debemos, más bien, despedirnos de ilusiones. Por lo que todo indica, la cristiandad tendrá un rostro multidenominacional también en el futuro. Así mismo será posible vivir la “comunión de los santos”. El empeño por esta meta tiene la promesa de bendición. Algo de esta bendición es muy palpable: en los últimos decenios, el ecumenismo ha logrado mejoras sustanciales en la relación de los/las cristianos/as.
14. Uno de los obstáculos sigue siendo la notoria dificultad en la definición de los objetivos. Hace falta una “utopía” ecuménica, respectivamente una visión de lo que sea la unidad. ¿Qué deberá pretender el ecumenismo? ¿Deberá promover la fusión de todas las Iglesias en una sola institución? ¿O será suficiente una “Federación de Iglesias”? ¿Deberá ser privilegiada una “ecumene de la justicia”, es decir, un ecumenismo práctico con base en un proyecto de orden social? ¿Y las religiones no cristianas, por ventura, permanecerán fuera de la “ecumene”? Las preguntas serán discutidas oportunamente. Ellas denuncian que los términos “ecumene” y “ecumenismo” necesitan explicación. Queremos la unidad y la paz. Pero, ¿cómo alcanzar el objetivo?
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