viernes, 23 de julio de 2010

El objetivo de la teoría del calentamiento global es la creación de una nueva burbuja económica.

En el siguiente artículo, Thierry Meyssan nos explica el verdadero objetivo de la teoría del calentamiento global. Según Meyssan, los alquimistas de Wall Street pretenden generar una nueva buruja económica, basada en la compra-venta de los bonos de carbono para salvar temporalmente al decrépito sistema capitalista, endeudando, aún más, a los países del tercer mundo y en vías de desarrollo, siendo los problemas ecológicos del planeta su última preocupación. Además, este sistema de bonos serviría para controlar de forma global los recursos energéticos mundiales.
El pretexto climático 3/3: 1997-2010: La ecología financiera.
2012 será el año de la quinta Cumbre de la Tierra y de la revisión del Protocolo de Kyoto. Pero Washington y Londres han decidido convertir la 15ª conferencia sobre el cambio climático en una gran cita intermedia.

La cuestión es que la nueva política anglosajona pretende utilizar el calentamiento climático para avanzar hacia la obtención de sus dos objetivos esenciales:
-Salvar el capitalismo
-Apoderarse de la capacidad de la ONU de establecer el derecho internacional.

No hay más remedio que reconocer que la economía estadounidense está en baja y que no logra rebasar su crisis interna. Los estadounidenses ya no producen prácticamente nada importante, con excepción del armamento, mientras que los bienes que ellos mismos consumen se fabrican en una China cada día más próspera. La principal solución es un cambio del capitalismo. Es hora de reactivar la especulación orientándola hacia las autorizaciones negociables para contaminar, de reactivar el consumo con productos ecológicos y de reactivar el trabajo con los empleos verdes.
Por otro lado, como la resistencia a la globalización forzosa se hace cada día mayor es conveniente presentarla de otra manera para obtener su aceptación. Habrá que decir que las cuestiones medioambientales exigen una administración global cuyo liderazgo tiene que estar en manos de los estadounidenses. Y para lograrlo hay que demostrar la ineficacia de la ONU en ese sector.

Una larga y poderosa campaña de propaganda precedió la conferencia de Copenhague, comenzando por el filme de Al Gore An Inconvenient Truth, presentado en el Festival de Cannes de 2006, documental que le valió a Gore el premio Nóbel de la Paz correspondiente al año 2007. El vicepresidente estadounidense, cuyo doble juego ante el Protocolo de Kyoto ya nadie parece recordar, se presenta ahora como un convencido militante que defiende su noble causa dedicándole benévolamente su tiempo libre. En realidad, fue en calidad de consejero de la Corona británica, la verdadera promotora de la operación, que Al Gore realizó el documental y emprendió una gira promocional.
Al Gore es un especialista de la manipulación de las masas. Fue el organizador, a fines del siglo 20, de la campaña de alarmismo milenarista vinculada al llamado «error informático del año 2000». Suscitó entonces la creación de un grupo de expertos de la ONU, el Y2KCC –en todo sentido comparable al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático–, para ofrecer la apariencia de que existía un consenso científico alrededor de lo que en realidad no era otra cosa que la magnificación de un problema menor.
Varios filmes de ficción se agregan al documental de Al Gore. El PNUMA divulga mundialmente el filme Home, del fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, el 5 de junio de 2009. Algo similar sucede con 2012, el filme hollywoodense del alemán Roland Emmerich, que presenta el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados gracias a dos modernas arcas de Noé mientras que los pobres perecen bajo las aguas.
Aparentemente, la conferencia de Copenhague debía resolver la cuestión de los gases de efecto invernadero estableciendo límites para las emisiones y ayudas destinadas a los países en desarrollo. La realidad es que Londres y Washington pretendían llevar a los europeos a reducir por sí mismos los límites establecidos en el Protocolo de Kyoto para aumentar así la cantidad de permisos negociables, y por consiguiente la especulación bursátil, y hacer fracasar la conferencia como medio de preparar a la opinión pública mundial para la adopción de una solución fuera del marco de la ONU.
El presidente ruso Dimitri Medvedev, perfectamente cómodo en medio de toda esta farsa, preparó una maniobra que puede resultar muy productiva para su país. Decidió subir las apuestas eligiendo un compromiso espontáneo y radical. Anuncia entonces a los países de Europa occidental que Moscú apoya lo que ellos exigen y que reducirá sus emisiones de gases de efecto invernadero de un 20 a un 25% de aquí al año 2020 en relación con las emisiones registradas en 1990. ¿Quién da más? ¡Nadie! El detalle es que entre 1990 y 2007 las emisiones rusas de gases de efecto invernadero se redujeron en un 34% como consecuencia al colapso industrial que se produjo en tiempos de Yeltsin. O sea, el supuesto compromiso del Kremlin [para la reducción de las emisiones] le deja margen… ¡para un aumento del 9 al 14%!

De forma nada sorprendente, los anglosajones mueven sus peones utilizando al presidente francés Nicolas Sarkozy, enteramente satisfecho este último de verse en el papel de deus ex machina. Sarkozy llega en medio de los debates, denuncia la falta de voluntad de sus homólogos y convoca una reunión no programada entre varios jefes de Estado y de gobierno. Sin traductores, sentados en sillas incómodas, unos cuantos personajes se prestan para la maniobra. Garabatean en un pedazo de papes unas cuantas líneas de buenas intenciones y las presentan como la panacea.
«El planeta» ha sido salvado y… ¡cada uno para su casa! El verdadero objetivo de esa farsa no es otro que preparar a la opinión pública mundial para las decisiones que habrá que imponer en la «Cumbre de la Tierra» de 2012.
Pero el presidente venezolano Hugo Chávez cuestiona la problemática de la cumbre, sin desalentar por ello a las asociaciones ecologistas que se manifiestan ante el centro donde se desarrolla la conferencia. Hugo Chávez denuncia la maniobra de Sarkozy, que consiste en la redacción de una declaración final por un reducido grupo de Estados que se autoproclaman «responsables» para imponerla después al resto de la comunidad internacional. El presidente de Venezuela denuncia una farsa destinada a permitir que un capitalismo sin conciencia logre escamotear sus propias responsabilidades y pueda presentarse como si estuviera libre de polvo y paja. Chávez se hace eco de una de las consignas que gritan los manifestantes fuera del centro de conferencia: «¡No cambien el clima, cambien el sistema!»